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Imagina que trabajas en un hospital donde, de pronto, falla el generador eléctrico. Todo sigue allí: quirófanos, personal, tecnología… pero sin energía, nada funciona. Lo mismo ocurre con nuestras mitocondrias, las centrales energéticas celulares. Cuando dejan de producir ATP eficientemente, los procesos vitales empiezan a deteriorarse en silencio. No hablamos solo de fatiga: hablamos de inflamación crónica, daño celular acumulado y enfermedades que, a menudo, diagnosticamos cuando ya es tarde. ¿Y si el origen de muchas patologías no estuviera en el órgano dañado, sino en una disfunción bioenergética más profunda? Bienvenidos al corazón de la célula… y del problema.
1. Enfermedades metabólicas: cuando la chispa no enciende el motor
Obesidad, resistencia a la insulina, hígado graso, síndrome metabólico… ¿y si todas compartieran un culpable en común? La evidencia apunta a las mitocondrias. En personas con trastornos metabólicos, se observa una reducción en la capacidad de oxidar ácidos grasos, alteraciones en la biogénesis mitocondrial y un exceso de especies reactivas de oxígeno. Todo esto crea un entorno celular inflamado y oxidado. Es como intentar cocinar con una cocina llena de humo y sin gas: el cuerpo intenta funcionar, pero a duras penas. Intervenir sobre la salud mitocondrial puede ayudar a restaurar la flexibilidad metabólica, mejorar la sensibilidad a la insulina y prevenir complicaciones mayores.
2. Neurodegeneración: cuando el cerebro se queda sin batería
El cerebro es el órgano más exigente energéticamente del cuerpo. Pero también es uno de los más sensibles al fallo mitocondrial. En enfermedades como Alzheimer o Parkinson, no solo vemos pérdida neuronal: también encontramos alteraciones en la dinámica mitocondrial, aumento del estrés oxidativo y daño en el ADN mitocondrial. El resultado es una tormenta perfecta donde la neurona no solo pierde energía, sino también capacidad de protegerse y repararse. ¿El dato inquietante? Estas alteraciones mitocondriales pueden preceder los síntomas clínicos años antes. Por eso, la mitocondria se ha convertido en una diana terapéutica emergente en neurología preventiva y medicina del envejecimiento cerebral.
3. Fatiga crónica y fibromialgia: ¿el cuerpo está agotado o son sus mitocondrias?
Muchos pacientes consultan con síntomas difíciles de encasillar: fatiga profunda, niebla mental, dolor muscular, intolerancia al esfuerzo. Y aunque sus analíticas estén “normales”, algo no encaja. La investigación apunta a que en estos cuadros, como en el síndrome de fatiga crónica o la fibromialgia, podría haber una base energética real: disfunción de la cadena de transporte electrónico, reducción en la producción de ATP y aumento de lactato intracelular. Es como tener gasolina adulterada: el motor está, pero no rinde. En la práctica clínica, cada vez más médicos incorporan abordajes que incluyen nutracéuticos mitocondriales, ejercicio adaptado y estrategias de regulación del sistema nervioso autónomo.
4. Cáncer: ¿enemigo del metabolismo o víctima de su alteración?
Durante mucho tiempo se pensó que las células tumorales prescindían de las mitocondrias, dependiendo exclusivamente de la glucólisis (efecto Warburg). Pero ahora sabemos que la mitocondria sigue jugando un rol clave incluso en las células cancerígenas. Regula su metabolismo, permite su proliferación e incluso influye en la resistencia a tratamientos. En ciertos contextos, la disfunción mitocondrial puede ser una causa primaria del proceso carcinogénico, al generar mutaciones, alterar la señalización celular y promover un entorno inflamatorio crónico. Este conocimiento está abriendo la puerta a nuevas estrategias de apoyo oncológico, donde la modulación mitocondrial puede acompañar tratamientos convencionales y mejorar la calidad de vida.
5. ¿Cómo abordarlo en consulta? Activar, proteger y modular
Abordar la disfunción mitocondrial en clínica no significa recetar un suplemento milagroso. Significa entender que muchas veces, cuando nada más funciona, el problema puede estar en lo más profundo de la célula. ¿Qué podemos hacer? Evaluar el contexto clínico, considerar marcadores funcionales (desde lactato/piruvato hasta coenzima Q10), y diseñar una intervención que incluya nutrición adecuada, control del estrés, ejercicio adaptado y nutracéuticos como NAD+, PQQ, ALA o carnitina. No se trata de “activar” la mitocondria sin más: se trata de devolverle el entorno que necesita para funcionar. Como un electricista que revisa el cableado antes de cambiar la bombilla.
Conclusión: el origen de muchas enfermedades puede estar donde menos lo imaginamos
Cuando fallan las mitocondrias, el cuerpo entero lo nota… pero a veces, no lo entendemos. Lo vemos como fatiga, inflamación, neurodegeneración o disfunción metabólica. Pero en realidad, es la pérdida de vitalidad celular, silenciosa y progresiva. Integrar el enfoque mitocondrial en la práctica clínica no es solo para casos raros o extremos: es una estrategia transversal para prevenir, detectar y modular procesos crónicos desde su raíz. La buena noticia es que las herramientas están al alcance. Solo tenemos que empezar a mirar más adentro. Porque quizás, ahí donde todo empieza, también es donde puede volver a repararse.
Bibliografía destacada:
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- Nicolson, G. L. (2014). Mitochondrial dysfunction and chronic disease: treatment with natural supplements. Integrative Medicine: A Clinician’s Journal, 13(4), 35–43.
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