
Evaluación y Manejo de las Alteraciones del Neurodesarrollo, desde la Salud de Precisión, cómo lo hacemos en Clínica Cellmedik
3 de septiembre de 2025Ruymán Rodríguez Lorenzo D-N
La comprensión de las demencias está cambiando. Durante años, se consideraron un destino inevitable de la edad, centrando la mirada casi exclusivamente en la genética o en el tratamiento farmacológico de sus síntomas. Hoy sabemos que la historia empieza mucho antes, y que uno de los protagonistas silenciosos de ese relato es lo que comemos a diario.
La dieta contemporánea, marcada por la omnipresencia de productos ultraprocesados, ha moldeado un terreno propicio para la inflamación crónica y el declive cognitivo. Este patrón alimentario altera la microbiota intestinal, incrementa la permeabilidad de la barrera hematoencefálica y modifica rutas metabólicas clave como la del triptófano-quinurenina, favoreciendo un entorno cerebral inflamado y vulnerable. Comprender estos mecanismos no es un ejercicio académico: es la clave para saber por dónde intervenir.
La investigación de los últimos años ha revelado que la microbiota intestinal no solo participa en la digestión, sino que regula la producción de neurotransmisores, influye en la plasticidad neuronal y modula la respuesta inmune. Cuando la diversidad microbiana se reduce, la síntesis de compuestos como el butirato se ve comprometida, y con ello la capacidad del organismo para frenar la neuroinflamación. Este equilibrio intestinal-cerebral es frágil y depende de la calidad de lo que ingerimos, de cómo lo preparamos y de la frecuencia con la que lo hacemos.
La nutrición de precisión aporta aquí un salto cualitativo: no se trata de dietas genéricas ni de modelos ideales, sino de planes adaptados a la tolerancia digestiva, a los marcadores inflamatorios y al contexto de cada persona. Es un trabajo de ajuste fino, en el que a veces es necesario empezar reduciendo drásticamente la fibra fermentable o los vegetales crudos, para después introducirlos de manera gradual; o priorizar fermentados concretos y prebióticos seleccionados en función del estado microbiótico real.
En este enfoque, la dieta mediterránea y la MIND no son dogmas, sino bases flexibles sobre las que construir. Pueden convivir con principios de la cetogénica en momentos concretos y con ajustes de alta especificidad para optimizar la salud cerebral. Lo que importa no es figurar en un patrón concreto, sino dar con la combinación de nutrientes, timing y preparaciones que reduzcan la neuroinflamación y favorezcan la plasticidad neuronal.
Un caso bien documentado puede mostrar mejor que cualquier teoría lo que significa esta forma de trabajar: pacientes con deterioro cognitivo temprano que, además, padecen intolerancias digestivas acusadas; que no pueden asumir de entrada grandes dosis de fibra y vegetales; que llegan con déficit de vitamina D severo, desequilibrio omega-6/omega-3 y una microbiota empobrecida. En ellos, el camino no es la imposición de una pauta rígida, sino un itinerario progresivo en el que cada ajuste se decide tras observar la respuesta.
La evidencia respalda que estos cambios, bien dirigidos y monitorizados, pueden mejorar la función cognitiva, reducir marcadores inflamatorios y devolver calidad de vida. Lo que hace la diferencia no es solo el conocimiento científico, sino la capacidad de traducirlo en intervenciones realistas y personalizadas, acordes con la fisiología y circunstancias del paciente.
Las demencias son un reto global que requiere nuevas miradas. Y la puerta de entrada a muchas de las soluciones que tenemos hoy está, literalmente, en el plato.